martes, 20 de abril de 2010

El metro

No, mi polla no mide un metro. No va por ahí.

La última vez que me subí a un metro abarrotado estuve frotando mi polla en la nalga de una tía.

El metro iba muy lleno. Me había costado horrores entrar y varias estaciones acercarme y cogerme a la barra. No sabía cómo ponerme para no oler el tufo de nadie: ni sobacos apestosos ni alientos matutinos. Días como esos los odio si no fuera por momentos gloriosos como el que voy a contar.

Había una tía en el metro que se había subido en la misma estación que yo, y que casualmente, o tal vez no, tenía a mi derecha. Su cabellera morena desprendía un olor a perfume dulce y afrutado, y me giré hacia ella. No sólo la cabeza, todo el cuerpo. Ella me vió, y apoyó el peso de su cuerpo en la cadera izquierda, rozándome con su nalga mis pantalones.

Ese olor, esa morenaza, esa insinuación tan rodeados de gente... Me puso a bombear sangre a la polla, que no aparté de su nalga ni un centímetro, cosa que ella notó. Sacó su móvil haciendo como que miraba cosas, pero su sonrisa era porque sabía que me estaba poniendo muy caliente. Ella notaba el latir de mi polla, y los acelerones y frenazos del metro no eran servían más que para apretarnos más el uno al otro de cintura para abajo. Ella movía su trasero por mi polla como si fuera por accidente, pero con toda la intención.

De repente, levanta la mirada, me mira de reojo (yo interpreté "sígueme") y se abre paso hasta salir del vagón. Yo, como un idiota, me quedé donde estaba con un calentón enfermizo, con el pestazo del resto de pasajeros.

Creo que unas cuantas estaciones más y hubiera podido llegar a correrme sin tocar nada. Hubiera sido una corrida deliciosa, como esas poluciones nocturnas que me despertaban en la adolescencia.

1 comentario:

  1. Ummmm excitante como siempre... morboso como siempre.... extrañandote como siempre....

    besos humedos

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