La primera

La primera vez que fui infiel fue hace 7 años. Todo empezó con un correo electrónico. Supe que había una chica que se estaba acostando con un chico simplemente porque le apetecía, por vicio, y tenía una relación simplemente sexual bastante saludable. Cuando lo supe pensé en probar yo también y acostarme con ella, así que le envié un e-mail desde una cuenta de correo electrónico anónima en hotmail, la que todavía uso: enbotelladecristal@...

Esa chica no me hizo caso, pero le enseñó el mail a una compañera de trabajo, riéndose de mi proposición indecente, que le explicaba clara y llanamente que me la quería follar, que follaba muy bien y que quería demostrárselo.

La compañera tomó nota mental de mi correo electrónico y empezamos a intercambiar mensajes primero. Cada vez más subidos de tono. Luego empezamos a chatear, y a ella le encantaba ponerme muy caliente. Chateábamos mientras estaba en el trabajo y tenía fuertes erecciones. Tanto que luego no podía levantarme de mi mesa. A veces iba al baño a masturbarme pensando en ella. Yo luego se lo contaba y seguíamos con el juego.

Una noche me dijo que iba a una discoteca. Fui yo también con un amigo, y resulta que nos encontramos allí con otro amigo, un amigo común. El amigo común, sin saber nada nos presentó. Ella, después de saludarme, se acercó a mi oído, me chupó la oreja y me dijo que estaba muy mojada, y que acababa de masturbarse pensando en mí. Me ponía tan caliente...

Tras varios encuentros más, finalmente quedamos un día cerca de su casa, en el bar que había justo debajo. Ella llevaba una camiseta blanca ajustada y una falda corta. Se sentó en un taburete, y mientras tomábamos una cerveza me dijo que pusiese la mano en su muslo y subiese hacia su entrepierna. No llevaba nada, y no toqué sus pelos, sino un coño húmedo y perfectamente afeitado.

Con las pulsaciones a mil y una erección tremenda, nos acabamos las cervezas y subimos a su casa. Cuando nos desnudamos no sé qué había pasado pero mi erección había desaparecido. Ella se tumbó en la cama y yo empecé a lamerle el coño. Estaba haciendo tiempo para que se me pusiera bien dura, pero tenía la cabeza en otra parte. Al minuto me dijo que no quería correrse con mi lengua, que quería correrse con mi polla, y me la cogió. Ahí noté que empezó a reaccionar. Se la metí en la boca y en seguida estaba completamente dura.

Me puse un condón y se la metí en la postura del misionero. Estuvimos así muy poco. Ella era muy activa y agresiva en la cama. Se puso a cuatro patas y me pidió que se la metiese bien fuerte, bien hondo, me pidió que agarrase su pelo con una mano y tirase hacia mí hasta hacerle daño. No llegué a hacerle daño porque temía tirar demasiado fuerte y ella me animaba a darle con más fuerza, me decía que la empalase hondo, sin miedo, con fuerza. Así estuve dándole toda la polla, bien fuerte. Ella estaba cada vez más mojada hasta que empezó a perder el control y se corrió temblando, fudiéndose en la cama sobre las sábanas.

Me dijo, ¿y ahora qué? ¿Ahora tú, no?

Me tumbó boca arriba y se montó sobre mí a horcajadas, metiéndose de nuevo la polla. En esa postura noté la diferencia de altura. Yo mido metro 80, y ella apenas metro 60, y mi polla llegaba a lo más hondo de su coño. Ella se esforzaba por metérsela muy adentro, y la sensación de placer que sentía en la punta de mi polla era muy intensa. Ella era pequeña, pero muy pasional y se movía muy bien. No tardó en hacer que me corriese, en sacármelo todo entre gemidos. Fue un buen polvo.

Luego me vestí y me fui a mi casa. Tras la primera infidelidad me sentí muy extraño. Sentí que había sobrepasado una barrera que me había cambiado. Me duché y esperé a que llegase mi pareja a casa.